Diccionario Didáctico Actual

Las palabras no sólo transcurren sucesiva y simultáneamente sino que -sin anunciarlo, sin enviar boletines a los medios- contribuyen al cambio de muchísimas maneras. Aunque parezcan inmutables, las costumbres de cada época son tan cambiantes que se van describiendo de manera muy distinta. Lo comprensible de hoy es lo incomprensible de mañana. Y les doy un ejemplo que hace todavía cuarenta años provocaría rubor: en el principio de la sociedad lectora, y por un acuerdo de la comunidad o de sus dirigentes, las malas palabras fueron aquéllas que simplemente no se podían imprimir, no eran dignas de la página, sea porque abordaban el tema de la sexualidad o porque se consideraban invasiones de las riñas de taberna a la hora de la merienda con toda la familia presente. Si ahora algunos de estos vocablos oscuros siguen sin llegar al cielo de lo impreso, otros más del conjunto excluido circulan libremente en las conversaciones, los artículos, los reportajes y los libros. Ahora las nuevas malas palabras ya no gozan de la fama de lo prohibido y nos damos cuenta de su existencia cuando oímos o preguntamos: ¿y eso qué quiere decir?. A este respecto, óigase qué estrepitosas se escuchan las palabras estípite, ditirambo y epónimo. Cuando uno se tropieza con uno de estos términos, y el tropezón se da casi de modo físico, se suele caer en la extrañeza: ¿Cómo llegó a este texto? ¿Por qué aparece aquí? ¿Quién lo envió y desde qué época?. Y aunque no se dice, es evidente: aunque no todas las palabras cuentan con seguro de vida, a un número altísimo de ellas les llega su momento de jubilarse. Ya te oyeron, ya te vas. Y no hay que olvidarse de los mexicanismos, el habla de abuelos y (cada vez menos) padres, y que hoy se observan muchas veces como si estuvieran en una vitrina, desprendidas de los convivios, las fiestas y las tertulias de otra época. ¿A qué viene todo esto? A las lecciones de un hecho sencillo y, si se piensa con cuidado, perturbador, que nos lleva a decir que las palabras: a) disponen de una vida biológica propia: nacen, crecen (se oyen por doquier), maduran, cambian de sentido varias veces (lo que se conoce como vuelo semántico), y se extinguen o se van como voces polvosas; b) son parte de una moda: surgen en todas partes, sin previo aviso, son el equivalente del rumor de una época y luego, también sin anuncio alguno, se dejan de oír (y las pocas que se salvan reaparecen en la conversación como: mira, me encontré esta palabra, ¿te acuerdas de ella?; c) son casi indispensables: con frecuencia su uso parece envuelto en las brumas de un misterio que obliga a ir -Mamá, ¿dónde lo pusiste? - al diccionario. Un buen diccionario, y ustedes tienen un ejemplo excelente en sus manos, resuelve dudas, amplía el vocabulario, vincula a los usuarios con el saber de las generaciones y, por último pero no menos importante, ofrece la oportunidad de aventurarse en la selva del idioma. Se busca una palabra y ésta conduce a otra, y se deja ver una oferta sonora por el camino y, ni modo, es difícil hallar a la persona que lo único que se lleva a su casa es la definición de un vocablo.